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“Y en lo que respecta a estos dos reyes, su corazón se inclinara a hacer lo que es malo, y ellos se sentaran a una misma mesa diciéndose mentiras el uno al otro”.
Dos reyes. Por un lado, Constantinopla con su extraordinaria e infranqueable ubicación geográfica se convirtió en una ciudad inexpugnable. Inteligentemente evito las invasiones bárbaras mediante el pago de tributos, cuando seriamente se veía amenazada. Esta estabilidad permitió conservar la soberanía sobre los territorios conquistados, que anteriormente eran del Imperio de Occidente y que ahora reconocían formalmente al Emperador de Oriente, como su señor.
En contraste, la antigua capital Roma, vio su poderío militar desaparecer tras siglos de acoso hostil, convirtiéndose los Papas en figuras dominantes. Estos se vieron obligados a reconocer la autoridad del Imperio de Oriente, debido al acoso permanente de los Lombardos, aunque les molestaba la injerencia de las autoridades civiles y eclesiásticas de Constantinopla en las actividades de la Iglesia occidental.
La enemistad entre las dos ramas de la Iglesia alcanzó su punto crítico durante el reinado del Emperador Bizantino León III, (717-741) quien intentó abolir el uso de imágenes en las ceremonias cristianas. La resistencia del Papado al decreto de León culminó en la ruptura con Constantinopla (730-732).
El Papado alimentó entonces el sueño de resucitar el Imperio de Occidente y asumir el liderazgo de ese futuro estado. Algunos papas estudiaron la posibilidad de embarcarse en el proyecto, más sin fuerza militar alguna ni administración de hecho, y en una situación de gran peligro por la hostilidad de los lombardos en Italia, la jerarquía eclesiástica abandonó la idea de un reino terrenal y comprendió que era más practico buscar la protección del reino más poderoso de Occidente, intercambiando reconocimiento por protección militar. Los gobernantes Francos ya habían probado su fidelidad a la Iglesia.
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El papá Gregorio Magno, hizo una jugada magistral cuando logro nombrar al mayordomo
palatino, Pepino el Breve, como Rey de los Francos y Patricio Romano, otorgándose a sí mismo la facultad de retirarle el poder real a la dinastía Merovingia y otorgándosela a la dinastía Palatina. Al nombrarlo Patricio Romano además le otorgo la capacidad de intervenir en los asuntos italianos. Para justificar la potestad de retirar la dignidad real a una persona y otorgarla a otra, se recurrió a un método medieval de inventar un documento que retrotrajese en el tiempo la situación dada en el presente.
Este fue el nacimiento del documento apócrifo que ha pasado a la historia como la “Donatio Constantini”. Roma argumentaba que el Emperador Constantino, había cedido en este documento, todas las provincias del Imperio Romano de Occidente a el Papa, llamándole el “Patrimonio de San Pedro”, lo que le daba a este el derecho de intervenir en los asuntos políticos de todo occidente.
El Poder Franco alcanzó su máximo desarrollo con Carlomagno tras su ascenso al trono en el 768, quien ofreció inmensos territorios en las regiones centrales de Italia substrato de los futuros Estados Pontificios además de protección militar. El Papa León III (795-816), formalizó esta alianza coronando a Carlomagno en la Basílica de San Pedro en Roma como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico el mismísimo 25 de diciembre del 800. La actual Francia toma su nombre de este Reino Franco.
En resumen, Constantinopla gracias a sus impresionantes murallas recupero su hegemonía militar, mientras Roma era acosada constantemente debido a su vulnerabilidad. Ante la falta de protección y a la constante interferencia en asuntos religiosos, los Papas se negaron a aceptar la autoridad Bizantina, así llamada a modo de desprecio y buscaron protección militar de poderosos Reyes de Occidente. (Apocalipsis 17). Occidente y Oriente estaban sentados a una misma mesa, considerándose cada cual legítimos sucesores del Imperio Romano mientras “Su corazón estaba inclinado a lo malo, y mentiras había entre ellos”.